martes, 26 de enero de 2010

los cinco poemas de nuestra boda




Himeneo



Voy con mis palabras

que son armas de paz,

con mi orgullo,

que es tu amor,

tu amor

y la dignidad respetada.



Voy al borde del mar

a construir un pacto,

para estar donde tu marches,

para escuchar tus días,

para cuidar tus sueños.



Voy para perdonar,

para transigir y ordenar,

para arreglar enchufes

y llaves, para cocinar

con prudencia,

para jugar con los

niños

al atardecer.



Llevo mi trabajo,

mis artes,

las estrellas que voy

encontrando

en mi ser,

mi alegría,

mis heridas,

mi historia.


Voy seguido

por un hipocampo

y un delfín.

Coincidencias que

me hablan

y me dejan en silencio

junto a Baco y Apolo.




En la imagen: "Hymenaeus", de Poussin.











Mi afán de dártelo todo
es tan profundo y tan sin límite
como los abismos y las olas del mar.
¡Cuando más te doy, más quisiera darte!

Te sigo y te busco,
porque nada es bueno en el mundo
cuando faltan tus rayos.

Te miro
y eres el sol
que inventa mis mañanas,
tus ojos avergüenzan a los astros
como la luz del día
a mi simple lámpara.

Háblame ángel resplandeciente,
cuéntame del agua,
de sus números, de la lluvia,
escribe tu vida sobre
mi alma,
aquí encontrarás tu libro,
tu espacio, tu barca.


Deja que ligeras alas de amor
nos conduzcan en su alegría
hasta que nuestros nombres
dejen de importarle a los hombres
y nuestras almas hagan su boda
en las profundas aguas.





En la imagen "Julieta", Waterhouse, 1898.












Te amo porque llevo tu ser en mi alma; porque no mientes y eres océano, agua, espíritu que ruge y piensa, río incansable, mujer que abraza.

Te amo porque llevas mi ser en tu alma, somos padres de la misma sonrisa, guardianes de una vida, lectores de cuentos al atardecer.

Te amo porque usas lentes grandes y oscuros, porque estabas escrita en mis sueños, anunciada, dibujada en mi libro interior.

Te amo, aunque maldices en las calles, te enfadas por lo pequeño, odias mi desorden, te alejas de las fiestas, no marchas de rojo en las calles, no esperas al sol.

Te amo, porque me gustan tus manos a la hora del café, tu forma de beber la primavera, tus zapatos, tus películas inglesas, tus ansias sencillas de jugar.

Te amo porque nace de mí, simplemente, como viento que llega del mar, rayo que vence a la noche, pueblo que despierta al amanecer.

Te amo porque lees mis ojos y eres vertiente de alegría, latido, día sin bordes, lluvia que calma mi pena.






En la imagen "Gabrielle et Jean", de Renoir.



La muerte me llevó a conocer a tu madre,

aprender de ella y conocer tu historia.

Un misterio de poemas, llevo tu ser

a mi alma.


Te encontré años después,

tras conocer los Ojos de la Tierra;

horas antes de caminar sobre el fuego

y caer a las aguas de la montaña.


En tu balcón comencé a besarte,

mis cartas de Crowley

se esfumaron,

se abrió una puerta en tu cuerpo

y sentí como Isidora llegó a este mundo.

Sentí su nombre, su fuerza,

su sonrisa.


Tres veranos más tarde,

estamos junto al mismo balcón,

la jornada de nuestra boda.

Tu duermes, yo escribo.


Hay trinos que intuyen al sol,

llega tu segundo beso

y tu primer abrazo del día.













Ayer, en la Casa del Hipocampo,

sobre la playa de Cau Cau,

mediante el laico rito

un dulce rocío

hizo florecer nuestra unión.


Antes de la hora sexta,

todos descendimos

un abismo hacia el mar,

los árboles oscurecían el camino,

las aguas rugían en el centro.


Los testigos gobernaron

las olas con su mirada

y el blanco de las ropas

condujo al sol

sobre nuestros cuerpos,

nos elevó,

nos llenó de alegría

junto a Isidora.


En la boda habló Gibran,

Carolina leyó unas leyes

y un poema voló sobre nuestros cuerpos.


Luego vino el banquete

los besos,

la vida que triunfa

y sana.






La única invitada fue Isidora, los testigos fueron Esteban y Tatiana, la Oficial Civil fue M. Carolina.